"Hacía tiempo que quería encontrarme contigo", me ha dicho como si nada esta mañana, girándose hacia mí mientras se quitaba los auriculares en el paso de cebra de delante del Ayuntamiento, donde yo esperaba para cruzar, debajo de la lluvia. "No tengo mucho tiempo", he respondido, mientras pasábamos entre los andamios y los puestos de flores que están al lado de la plaza, mojándonos y sin paraguas. Se ha reído mientras pisaba un charco.
Ya en el bar me ha parecido verle mirándome desde la barra, al otro lado, a través del espejo. He hecho como que no me daba cuenta. Luego me ha mirado, ya de cerca, y mientras escribía en un papel me ha contado que acaba de volver de viaje, que está viendo los juegos, que le gustaría hacer más cosas. Después me ha recomendado un disco, me ha mirado otra vez, ha posado la cuchara, se ha terminado el café y mientras apartaba la taza con la mano me ha dicho que él también pensaba que esta ciudad casi siempre es una mierda. Hasta hoy no habíamos hablado nunca.
"Tengo que irme", he dicho después, mientras sonaba esa canción de The Cure que nunca sé cómo se llama, poniéndome el abrigo. "Vale". Ha estrujado el papel y lo ha tirado al suelo. Tarareaba.
Poco después me he dado la vuelta para volver al trabajo. Y mientras acababa de cruzar, le he visto otra vez, esta vez a través del espejo de la tienda, parado de pie en el otro lado de la calle, mirándome mientras sacaba los auriculares, solo, con la lluvia otra vez cayéndole encima.
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